Mientras caminaba, revisaba mentalmente los momentos previos:
acababa de dejar a ese tipo, Murphy, en la estación central, si bien no estaba
convencido de que fuera a cumplir el requerimiento de presentarse inmediatamente
ante el Sesgal de Marte: se había obstinado con invitarle a tomar algo en un
local cercano donde al parecer había tocado en alguna ocasión, pero su cometido
acababa ahí, de manera que le daba lo mismo lo que Murphy decidiera hacer o lo
que quiera que fuera que la Secta se traía entre manos, había llegado a
convertirse en una organización muy poderosa, sobre todo en Marte, donde
ocupaba la mayoría de los cargos relevantes en la administración e incluso se
rumoreaba que algunos de los principales financiaban secretamente las actividades
de los piratas de Deimos. En este punto del hilo de sus pensamientos Veintiséis
llegó a su destino; era una casa perfectamente normal, sin duda alquilada por
unas horas a su verdadero dueño.
Apartando la cortina, entró sin más con un lacónico hola apenas
esbozado, dirigiéndose al único ocupante de la vivienda, quien se hallaba ataviado
con algún tipo de ropa ceremonial y al que sin duda el perro de Murphy habría
ladrado hasta agotar la bateria. Como todo aquel que perteneciera a cualquier
clase de culto, el personaje, era un integrante de la Secta, en virtud del
sincretismo católico, es decir universal, que la caracterizaba. Veintiséis era
muy reticente en cuanto a tener algún trato con este tipo de gente, a decir
verdad, era bastante reacio a relacionarse con nadie más allá de lo puramente
necesario.
Aquel individuo sin inmutarse, esperó unos segundos, para cerciorarse
tal vez de que el recién llegado lo hacía solo, antes de interesarse por el asunto
que los había reunido allí y luego, sin esperar una respuesta añadió con un leve
gesto: siéntate. Cuando se hubo sentado, pudo ver sobre la mesa una pequeña ampolla
llena de un líquido rojizo e iba a cogerla pero en seguida el tipo le advirtió:
-- Si existe daño neuronal, la droga no va a funcionar o lo hará mal… se ha
probado con éxito en pacientes con crisis de identidad y en muchos de los casos
ha logrado desvelar recuerdos reprimidos… en cualquier caso vas a sufrir unas
alucinaciones monumentales…
¡¿Qué significa eso de “crisis de identidad”?!-- gruñó Veintiséis, pero aquel hombre no se
amilanó y clavando sus grandes anteojos en él, lanzó una pregunta:
--¿Te ha pasado por
la cabeza que tal vez el equipo médico que te atendió, después de que te rescataran,
en realidad pudiera no haber estado interesado en que recuperaras la memoria?, De
hecho es probable que quizás se preocuparan de todo lo contrario— Aquella observación
le dejo perplejo, ¿Por qué iban a querer hacer eso? ¿Qué sabia la Secta que el ignoraba?
La incertidumbre se hizo un hueco en su interior y de repente se sintió
culpable de haber sido tan ingenuo todo este tiempo, aquel hombre podía tener
razón, no tenía idea de las sustancias que le habían hecho tomar, por lo que no
tenía ninguna garantía de que los tratamientos que recibió fueran los
apropiados, además podría explicar porque nada de lo que había intentado hasta
ahora había funcionado. Aun se debatía todo esto en su mente cuando su
interlocutor retomó el discurso aconsejándole que ingiriera la droga en un
entorno controlado y bajo la supervisión de alguien, bla, bla, bla… dejó de escuchar
realmente desde ese momento, mientras centraba su mirada con recelo en el
pequeño recipiente a la vez que esperaba que se disipara la ofuscación que le
había invadido y después de unos instantes, interrumpiendo la chachara, activó
un proyector que mostró, a pocos centímetros sobre la mesa, la imagen holográfica
de un objeto aparentemente de barro
repleto de inscripciones. Aquel sujeto de pronto pareció desconcertado y tras examinar
con detenimiento y cierta ansiedad el holograma durante unos minutos, obviamente
preguntó por el original. Veintiséis, que había recuperado su entereza, en ese instante
consideró que su objetivo estaba cumplido, indudablemente tenia curiosidad por
saber que secreto escondían los extraños garabatos de aquel pedazo de barro que
con tanto afán buscaba la Secta y hasta el propio emperador, pero desde hacía
demasiado tiempo su prioridad había sido solo una y sentía que nada le retenía allí
por mas tiempo. Levantándose, tomó el frasquito, dejó sobre la mesa la llave numerada
de una taquilla de la estación central y sin mediar palabra se dispuso a adentrarse
en el desierto, decidido a averiguar de qué era capaz aquel brebaje.
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