Poca gente, lógicamente, cree ya en los demonios de tipo
sobrenatural, como los citados el mes pasado, en la práctica los únicos que
quedan son los famosos demonios “oficiales”,
que básicamente son aquellos que el orden establecido considera especialmente
perniciosos para los mercados. Estos demonios más allá de su maligna realidad, son
seres mediáticos, es decir, la esencia
de su ser se la deben en gran medida a los medios de comunicación y al cine
fundamentalmente, que casi siempre dan
extensa cobertura a los intereses financieros. Es un fenómeno similar pero de distinto signo, al ocurrido con las
antiguas divinidades, que hoy se manifiestan como las grandes figuras del espectáculo o del deporte, exponentes de la
sacrosanta competitividad, dispuestos a comerse el mundo y por ello universalmente
adorados por todos. Hay mucha mística en todo esto, probablemente es a lo que
se refería John Lennon cuando dijo aquello de que “los Beatles eran más famosos
que Jesucristo”.
La fama es un poderoso vudú, el éxito económico y social es
la magia con la que nos seducen estos ídolos que la audiencia erige, patrones a
seguir en definitiva, de tal forma que ni
siquiera haya que preguntarse a uno mismo cómo se ha de ser. Cuando veo a niños
y a no tan niños orgullosos de llevar puesta la camiseta de algún club de
futbol, aunque no tengan con que llenar la barriga, no sé por qué me vienen a
la cabeza locuras como la desatada durante la época de las evangelizaciones, una
de esas grandes ilusiones a gran escala como la “Pax Romana “o el “sueño
americano” y entonces pienso que el futbol es un espejismo demasiado patético
como para merecer llamarse el “sueño europeo”, pero es lo que hay. Sea come sea, se trata del imperio de una
forma de vida, el de la vieja sociedad de consumo, en la que en este momento
por ejemplo, da igual que el empleo en
la sociedad occidental se desvanezca, porque quizás la prioridad es que los
países emergentes alcancen cuanto antes esa masa crítica de clase media que
hace inútiles las protestas, propaga los terrores oficiales y hace difícil que
prospere ese amargo despertar que llamamos desengaño, aunque tiempo al tiempo.
Las mafias como ente satánico han tenido sus momentos
estelares, pero ya no son suficientemente espantosos para la industria, siempre
en pos del impacto y ávida de novedades, dado el excelente estatus del que
disfrutan dentro de la realidad económica y social, la corrupción es ya una
institución como todos sabemos y aunque es de esperar que el auge del fascismo “revitalice”
el acervo de los guionistas, el islamismo continúa proporcionando a los medios,
suficientes argumentos para multitud de películas de explosiones, dolor y sangre,
efusiones que son siempre muy nutritivas económicamente, si bien tradicionalmente
el eterno demonio oficial, por delante incluso del comunismo, sigue siendo
otro.
Ayer sin ir más lejos, en el primer capítulo de la serie de
televisión “Defiance” (que por otra parte tiene una banda sonora interesante),
nada más empezar, disfrazado de ironía y oportunamente fuera de contexto se
puede oír “…un pueblo lleno de anarquistas, gente descontenta y salvajes….”. No creo que sea posible calcular la cantidad
de menciones, no solo cinematográficas, donde se usa esta línea de pensamiento como
analogía de violencia y caos, todos hemos oído en más de una vez “el país
estaba sumido en la anarquía” o bien “esto (lo que sea) solo conduce a la
anarquía”. Por alguna razón no hay tantas películas con personajes
“anarquistas”, no hará falta supongo o tal vez pudiera resultar
contraproducente, vete tú a saber. En cualquier caso aunque ocurra que para
algunos pueda ser tentador, sobre todo a determinadas edades, arrogarse la
etiqueta oficial para sentirse malotes y peligrosos, por lo que yo sé, cuándo
los medios dicen que Durruti iba armado a trabajar, muy a menudo se olvidan de
mencionar que por aquel entonces la patronal contrataba asesinos para que
mataran a los sindicalistas a la salida de la fábrica como hoy contrata a
delincuentes para destruir lo que queda del derecho laboral por la vía
administrativa.
Resumiendo, la escritora Almudena Grandes expresó muy bien
todo esto, diciendo no hace mucho algo así como que “…los españoles, por miedo a volver a la república, hemos retrocedido
a la época de los caciques…”. Esto es de alguna manera de lo que estoy
hablando, es una de las consecuencias de
la presión mediática: la demonización de ciertas ideas, determinados conceptos
abstractos que vienen siendo sistemáticamente estigmatizados desde siempre en el
imaginario colectivo, proscritos en
cierto modo para las generaciones futuras, las mismas que diabólicamente se
empeñan en resucitarlos una y otra vez.
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