¿Que nos distingue de los animales? o ¿Qué nos hace humanos?
Cuando digo animales, me refiero a aquellos ya extintos depredadores que
debieron aterrorizar a nuestros ancestros; de la poca fauna que queda, tenemos
mucho que aprender. El término “humano” se ha venido asociando con altos
niveles de empatía, de ahí “humanitario” y tal, pero todos conocemos el gusto
de nuestra especie por el exterminio, la erradicación, las bombas nucleares y
las armas de destrucción masiva. El antagonismo de los dos aspectos de nuestra
naturaleza es evidente, pero frente a una amenaza real contra la especie, una
catástrofe, un problema externo a esta psicótica realidad que venimos
sufriendo, ¿Cuál de ellos es útil?
Gracias al estudio del comportamiento de los bonobos (unos
chimpancés enanos), estamos en posición de poder decir que una especie
originalmente agresiva, en un entorno de abundancia de nutrientes y escasez de
competencia deviene en una sociedad más tolerante, pacífica y en definitiva,
humana en el sentido genuino del término. Esto solo, quiere decir muchas cosas,
pero la más importante quizás, es que no hace falta que queramos que esto sea así,
no es necesario el imperio de la voluntad: será, sencillamente, en el momento
en que se den las condiciones adecuadas.
Una gran cantidad de gente no ha entendido que es la
selección natural, creen que se reduce al simple “pez grande se come al chico”
y es posible que no vean el poder de la circunstancia en el ejemplo de los
bonobos. Incluso hay académicos que cometen el error de pensar que puesto que
ninguna civilización ha logrado constituirse sin violencia, lo cual es
históricamente cierto, entonces las guerras son necesarias. Incluso los hay que
van más allá y consideran los conflictos bélicos un elemento civilizador, como
defiende el profesor de la Universidad de Standford, Ian Morris, con los
argumentos pseudo-darwinistas habituales: somos básicamente igual que el resto
del mundo animal, territoriales, competitivos, agresivos: no muy diferentes de
los chimpancés. Un tipo listo y buen divulgador, que ha escrito varios libros
sobre la evolución histórica de la sociedad. Justificar la guerra no es
obligación de un historiador, pero tal vez sí, para un escritor de libros: desde
su punto de vista, tras el fin de la glaciación todo fue un puro estado de
violencia constante y el aumento de la prosperidad se da, exclusivamente
gracias a la implantación de un orden jerárquico de poder: los primeros reinos
territoriales neolíticos. Esto le ha llevado a deducir que mayor prosperidad y
comodidad es un hecho proporcional al tamaño de un Imperio. Si, esto es lo que
aparentemente se enseña en las aulas.
Sin embargo diversos mitos antiguos muy bien conocidos,
hablan de la época prehistórica como una larga era dorada y ¿Por qué no?, en
esos primeros miles de años el reducido espacio desprovisto de hielo se amplió
enormemente, el mundo se llenó de ríos y bosques durante el deshielo y los diseminados
supervivientes de la larga glaciación, se dispersaron aún más. Cabe pensar que
todo era mágico entonces, y con bastante seguridad, había poca gente y poco por
lo que pelearse. Las primeras guerras registradas ya bien entrado el Neolítico,
épicas en su tiempo por supuesto, eran en perspectiva bastante patéticas, ya
que normalmente involucraban solo a unos pocos centenares de individuos.
Cuando Ian Morris habla de los beneficios que, décadas
después, se obtienen de la guerra, olvida que esos conocimientos tecnológicos y
culturales que menciona ya estaban allí antes del conflicto y ademas parece despreciar
el número de valiosas personas y mentes brillantes que se pierden. Yo estoy
seguro, señor Morris, que Von Braun habría lanzado cohetes con o sin guerra
mundial, porque H.G.Wells ya había escrito sus novelas.
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