miércoles, julio 20, 2016

España_2016: Mas vale corrupcion conocida que administracion por conocer



  En la vida no puedes bajar la guardia, pero tampoco puedes vivir en estado de alerta permanente. El estado de equilibrio no viene dado, ese es un esfuerzo que el propio individuo debe realizar. Lo digo porque normalmente no lo hacemos, quiero decir que solemos reaccionar de manera inconsciente y desproporcionada a los retos que nos plantea la convivencia, un aspecto muy importante de la existencia desde que vivimos en núcleos urbanos: nuestro comportamiento solo cobra protagonismo frente a nuestros semejantes, no nos importa lo más mínimo que una perdiz o un jabalí nos vea cometiendo un error o haciendo el gilipollas, probablemente porque creemos que no vamos a ser juzgados.

Pienso que debe ser la propia arquitectura del proceso mental la que condiciona este hecho, al parecer la lógica y los sentimientos pertenecen a áreas del cerebro distintas, por eso es difícil racionalizar las emociones, tratarlas con fría imparcialidad, separarlas de nosotros mismos, como cuando hacemos un cálculo o desempeñamos una tarea rutinaria. El problema es que las emociones difícilmente pueden ignorarse y aunque están ahí para algo, a menudo estorban, sería más útil poder contenerlas que dejar que nos arrastren, pero de eso, normalmente solo nos damos cuenta después. 

No soy un fanático de la lógica, creo que el subconsciente nos oculta algo, podemos intuirlo. Lo que no creo es que la pasión, el miedo, el odio o la codicia sean buenos aurigas, sobretodo porque la historia y en especial la de este país, está repleta de trágicos ejemplos. Lo que quiero decir es que el modo de categorización o catalogación que usamos habitualmente con los demás es un asco, apesta a prejuicios que además, casi siempre, ni siquiera son nuestros, sino que los hemos importado de los medios o cualquier otra fuente, como la familia o los amigos; el caso es que la mayoría de las veces, no juzgamos, prejuzgamos. Los prejuicios son seres emparentados con las apariencias, por fortuna la mayoría sabemos lo rico que está el queso azul, por poner un ejemplo, eso demuestra que siempre hay que profundizar, no quedarse solo con el aspecto. Evidentemente a poco que se piense, nunca basta con la primera impresión y solo se puede juzgar al árbol por sus frutos, como se suele decir, podemos especular sobre el resultado por el aspecto de sus flores, por ejemplo, pero verdaderamente no tendremos la certeza hasta que se haga manifiesta su condición. Llevar a la práctica es la base de lo que llamamos “aprender”, es algo que tendemos a olvidar. 

Habría sido particularmente útil que hubiéramos tenido en cuenta consideraciones de este tipo a la hora de elegir a nuestros representantes políticos, ha sido triste ver cómo ha triunfado el “más vale malo conocido que bueno por conocer”,  un ejemplo de estúpido juego de palabras, elevado a la categoría de sagrado evangelio por el arte de la repetición y por tanto ampliamente secundado, por motivos perfectamente desconocidos para mí. No nos engañemos, se llama miedo y también locura, pánico tal vez, porque se ha optado por seguir consumiendo un producto probadamente toxico, antes que echar mano de uno distinto que nadie ha probado: no hemos querido aprender nada nuevo, principalmente porque organizaciones con ánimo de lucro han puesto mucho empeño en demostrar que el engañoso color de los pistilos y la siniestra fragancia de las flores del nefasto árbol desconocido, recuerdan a los de un fósil, un ejemplar extinto, absolutamente letal por supuesto, que solo conocemos por referencias en enciclopedias de Paleobotánica.