miércoles, julio 13, 2011

ENK1 v.26.01





Potpurrí de efectos como el Glow y SpaceWarps como el Ripple y Gravity. El modelado del logo o la trayectoria del Glow no me llevó mucho, ni el uso del modificador Unwrap en el texto o el Flex, sin embargo el renderizado final ha tenido ocupado al Pc mas de seis horas para una escena de apenas doce segundos.
En realidad todo esto que suena a complicado no lo es en absoluto, es un poco laborioso pero no difícil. No tengo muy claro porqué el logo (esa especie de ojo) ha salido con bruma y evidentemente a las bolas de cristal les falta el correspondiente efecto de chapoteo al entrar y salir del agua. La iluminación se aproxima a la que buscaba, quizás debía haber puesto alguna luces Omni repartidas por la escena, para potenciar la profundidad del resultado.
Iluminar no es nada fácil, quiero decir que no es tan simple como poner un foco aquí o allá, principalmente porque cualquier cambio de intensidad o posición por ejemplo, afecta a los objetos de la escena en general y de modo particular a cada uno de ellos en función de los parámetros de material, textura y mapa.




Era nuestro Gaztetxe, años antes de que yo supiera que existían lugares como aquel en alguna otra parte. Nos reuníamos en la que había sido la vivienda del portero, bajo las escaleras de un edificio de cuando aun había porteros , en una estrecha bocacalle sin salida a la altura del St. George’s Anglican Church, en el Paseo de Reding, una callejuela que entonces amagaba subir la empinada cuesta hacia Gibralfaro a través de una recóndita puerta con arco, cegada por los cardos, un resto de muralla olvidada por las rutas turísticas, y los planes de urbanismo.

Durante un tiempo, en una de las habitaciones de aquel agujero que apestaba a gato, durmieron los instrumentos del grupo Tabletom, yo empezaba a tocar la guitarra y todavía solo soñaba con estrujar una eléctrica de manera que a escondidas me permití alguna vez manosear la guitarra de Perico, una preciosa Fender Mustang, creo. Pepillo pasó alguna tarde con su flauta, pero a Roberto no recuerdo haberle visto nunca por allí, claro que la única marihuana que teníamos salía de de los cañamones que vienen revueltos con la comida para pájaros.
Cuando me enteré por los periódicos locales que Rockberto había muerto, podía haberme acordado de aquel del Antequera Rock del setenta y tantos, que le gritaba a los grises cosas ininteligibles a ritmo de reggae-jazz-rock, sin embargo, fue el recuerdo dulce y melancólico de aquella casa lo que me llegó, a el se lo dedico.