viernes, enero 14, 2011

οἵη περ φύλλων γενεὴ τοίη δὲ καὶ ἀνδρῶν.




"Como el linaje de las hojas asi tambien es el de los hombres".
Homero. Iliada VI, 146.



Estaba convencido de que la existencia del Sapiens no se remontaba más allá del 200.000. Me había dejado llevar por el juicio de autoridad de los académicos, extasiado por el refinamiento de los sutiles métodos para viajar en el tiempo de los investigadores, que armados con espectaculares instrumentos como el Geomagnetismo y la química molecular en materia de isótopos, pueden aventurarse con cierta seguridad en la Paleobotánica, la Paleoclimatologia, la Paleontologia y un monton de Paleos mas. Todas estas herramientas sin embargo, son aun indirectas, de momento, puesto que el hueso se desnaturaliza al fosilizarse, exceptuando los dientes que pueden aguantar cientos de miles de años. Por lo general se considera improbable que varias especies de homínidos compartan, no ya un hábitat, sino una época determinada, principalmente porque imposibilita que unas especies deriven de otras, lo cual ha resultado ser un mero convencionalismo.
Ahora tenemos al Sapiens pateando por ahí hace nada menos que 400.000 años, durante el calido interglaciar Mindel-Riss (450.000 a 300.000), si se comprueba, claro está, que el puñado de dientes encontrados por cientificos israelies el pasado mes de Diciembre cerca de Tel Aviv, en la cueva de Qessem, son efectivamente Cromagnon. En términos evolutivos no es una tragedia, pero es cierto que desmonta el esquema que los expertos habían establecido sistemáticamente a costa de bastantes esfuerzos intelectuales y de todo tipo. La verdad es que la morfología de los dientes diferencia con precisión unas especies de otras, esto es algo bien estudiado, por lo que es muy probable que sea como dicen los responsables de la excavación, otra cosa, como ya digo, es la datación.
El Árbol filogenético de los homínidos, cuajado de nombres impresionantes, había llegado hasta ahora a hacernos descender, a nosotros y a los Neandertales (Homo Sapiens Neandertalensis), de un antepasado común documentado en Atapuerca, y bautizado no hace tanto con un nombre fantástico, el Homo Antecessor, una especie que salvaba las notables diferencias físicas que existen entre nosotros y nuestro hipotético ascendiente, el Homo Ergaster, otro fabuloso nombre que quiere decir “hombre trabajador”. El hecho es que, suponiendo que hubiéramos sido contemporáneos del Homo Ergaster, (“Erectus” en Asia) obviamente no podríamos ser sus descendientes. Tal vez habría que considerar el abandono de los inestables intentos de estructuración basados en la relación ascendiente-descendiente, en tanto en cuanto se encuentren mas restos y métodos mas fiables de fechar los hallazgos, al fin y al cabo hay sistemas mas eficientes, en concreto los cladogramas.


Otro de los errores que pueden convertir en objeto de burla a la antropología es sin duda el muy especulativo afán de querer reconstruir el aspecto de nuestros supuestos parientes tan lejanos, de manera que es corriente atribuir con mucha ligereza características actuales a seres prehistóricos a partir de simples restos óseos desalentadoramente desmenuzados y deformados, con la esperanza de que lo conocido sea mas probable que lo desconocido. Aunque se han realizado trabajos muy honrosos, que por lo general se limitan a epitelializar (sic) calaveras, en otras ocasiones, animados por un cierto impulso artístico, se tiende a un absurdo hiperrealismo sin sentido:



El Homo Ergaster poseía músculos faciales y ¡nariz!, a diferencia de los ancestros mas antiguos, por lo que puede por tanto presumírsele ya un cierto grado de expresión, vale, ¡pero este pelazo! no se, no se…, ya puestos, también podían haberle puesto cejas, no?.
Habrá algún revuelo a nivel académico, pero los creacionistas religiosos sin duda saldrán a la palestra, dispuestos a hacer astillas del árbol evolutivo caído, mas por hacer daño que por otra cosa.
Por otra parte, los adeptos de Sitchin deben estar frotándose las manos. Este señor, un gran vendedor de libros, sostiene que el hombre fue creado por los dioses allá por el 432.000, lo cual se ajusta bastante a la datación de los dientes de la cueva de la Magia (del hebreo: Quessem, “Magia”), aunque la procedencia de la cifra es un tanto artificiosa, puesto que mana de un texto cuneiforme, que curiosamente viene a decir mas o menos que los dioses hicieron esto (crear al hombre) hace 120 Shar (1 Shar, es decir un año para los dioses, equivale a 3.600 años terrestres, 3.600 x 120 = 432.000 años).
Aunque claro hay que decir que el numero doce, el siete o el sesenta son números “redondos” con los que los antiguos representaban la idea de completo, de totalidad, hoy en dia, aun hoy se dice por aquí (a miles de kilómetros de Mesopotamia): “…Me entraron las siete cosas…” para expresar “no podía estar mas enfermo” o “me puse malisimo”, de tal manera que la exactitud de esta clase de cifras evidentemente es mas que sospechosa.
En cualquier caso, a expensas de la imagen que tenga la antropología, los antropólogos suelen ser gente sensata, si bien los profanos deberíamos dejar de acatar juicios de autoridad de ningún tipo, ser más críticos y no dar nunca por sentado ninguna cosa en absoluto.
Bibliograf.: Juan Luis Arsuaga "El collar de Neandertal".